Introducción
Aunque para muchos la madurez está relacionada a la longevidad, el hecho de ser anciano no significa en términos generales ser maduro. Porque se puede ser mayor y no gozar de buen juicio o por el contrario ser joven y poseer gran madurez. Un ejemplo de ello lo encontramos en el Nuevo Testamento cuando Saulo le dice a Timoteo las siguientes palabras, “ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Timoteo 4:12).
No podemos hablar de madurez sin antes destacar su significado literal. Entre los significados de madurez, según el Diccionario de la Real Academia Española (2014), se encuentran los siguientes: “el juicio prudente o sensato; y la edad de un individuo que disfruta plenamente de sus capacidades y que todavía no alcanzó la ancianidad.”
Existen diferencias entre la madurez espiritual y la madurez emocional. Como ejemplo de ello, encontramos a David y a Saúl. Ambos, ungidos para llevar a cabo su función como reyes, pero uno de ellos fue sensato, mientras el otro fue inmaduro espiritualmente.
La Real Academia (2014), también nos ofrece los significados de la palabra emoción y nos dice que es una “alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática, y el interés expectante con que se participa en algo que está ocurriendo.” En otras palabras, la emoción es un cambio que se produce en nuestro organismo, que puede ser agradable o desagradable y dejar consecuencias positivas o negativas.
Conociendo ambos significados, podemos hacernos las siguientes preguntas ¿es posible ser maduro espiritualmente e inmaduro emocionalmente? ¿cuáles son las características de ambos aspectos? ¿son maduros los creyentes en la actualidad? Estas son algunas de las preguntas a las que daremos respuesta en este breve ensayo.